CAMINO DE LA ESCUELA. (MIRAR UN CUADRO)
CAMINO DE LA ESCUELA
Franz Von Defregger había llegado a
la localidad de Lofer, en el nordeste de la región de El Tirol, con el
propósito de captar y plasmar con sus pinceles las costumbres de los habitantes
de estos pequeños pueblos perdidos en la falda sur de los Alpes austriacos. Nada
más llegar dejó su raída maleta al cuidado del señor Doherty, propietario de la
única pensión que pudo encontrar, y salió a dar un paseo por los vericuetos de
calles empedradas que formaban un pequeño laberinto flanqueado por casas de
pizarra con tejados negros y puntiagudos. Un grupo de niños profiriendo gritos
ensordecedores vinieron a cruzarse en su camino. Andaban en fila de a uno y
todos seguían las órdenes del que iba a la cabeza de aquella banda. Decidió
seguir a la pintoresca comitiva hasta llegar a un edificio de paredes blancas y
grandes ventanales que miraban hacia un desvencijado puente que servía para
sortear las bravas aguas de un aprendiz de rio. Era la escuela.
La señorita Muriel, maestra del
lugar, esperaba en la puerta con los brazos cruzados a la altura del pecho y el
ceño fruncido, la llegada de la chiquillería. Una vez que todo el alumnado
estuvo ordenado procedió a abrir el portón y a dejar pasar a estos diablillos
que ahora habían dejado la algarabía y mostraban una actitud de silencio, solo
roto por la voz de la maestra impartiendo doctrina. El pintor se apoyó en la
pared de la fachada principal de la escuela, sacó del bolsillo de su abrigo un
bloc de hojas blancas y un lápiz y se dispuso a observar atentamente todo lo
que acontecía. Antes de cerrar la puerta, la señorita Muriel echó una última
mirada al camino; aún faltaban por llegar los hermanos Studgar.
Franz Von Defregger fue el que,
desde su privilegiada posición, los vio aparecer. El grupo familiar estaba compuesto por dos niñas
y cuatro niños. A la cabeza se situaba Úrsula, la hermana mayor, llevando de la
mano a Eric, el benjamín de la casa, y siguiendo sus pasos, el resto del clan.
Hoy llegaban tarde a la escuela. Úrsula había tenido que hacerse cargo de sus
hermanos: había traído agua para el aseo, había preparado el pan con manteca y
la taza de leche para los desayunos y había tenido que revisar uno por uno el
atuendo de los hermanos, vigilando que todos ellos fueran limpios y aseados. La
señorita Muriel era muy exigente en las cuestiones que tocaban a la higiene
personal y Úrsula no quería que se notara que esta mañana no había estado la
madre para supervisar las tareas. El pintor, con mano ágil, desplegó una hoja
de su bloc y empezó a esbozar el retrato que se exponía ante sus ojos deseosos
de captar un retazo de aquella realidad. Fijó su atención en los zapatos de
punteras desgatadas y en la mirada serena de Úrsula que, a pesar de su corta
edad, tenía un empaque especial dominando la escena. Más tarde, en la
habitación soleada de la pensión del señor Doherty, Von Defregger comenzó a
trabajar en una de sus mejores obras pictóricas. En su bloc de dibujo se llevó también
el esbozo de lo que sería otro de sus retratos costumbristas: la señorita
Muriel con el ceño fruncido y los brazos cruzados a la altura del pecho
imponiendo orden delante de la puerta de la escuela.
María J, Llanos
Una mirada al cuadro "Ir a la escuela" del pintor austriaco Franz Von Defregger. He imaginado un escenario donde pudo nacer la idea de pintar el cuadro
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