# CUENTO DE NAVIDAD.

 


PERO MIRA CÓMO BEBEN LOS PECES EN EL RÍO. (CUENTO DE NAVIDAD)

 Atardecía en las calles agitadas de la ciudad. El encendido del alumbrado navideño acababa de emprender la tarea diaria de recordarnos que nos esperaban unos días de paz y buenos deseos amparados en un diseño comercial, tan atrayente, que poca gente quedaría fuera de este paraíso de felicidad.

“Chispas”, que no entendía de fechas señaladas en el calendario, paseaba a mi lado nerviosa, atrapada, quizás, por aquel derroche de luces. Hoy no se atrevía a correr delante de mí y regresar luego moviendo alegremente su cola. Aquel ir y venir de gentes, apresuradas por llegar no se sabe dónde, hizo que nuestro vespertino paseo por la Nueva Avenida nos causara, tanto a mi perra como a mí, un estrés innecesario. Por esta razón decidí dar por finalizada la salida. De regreso a casa opté por tomar calles secundarias más oscuras y menos frecuentadas.

   Chispas recobró la calma y comenzó su juego corriendo y regresando a mi lado poseída de una felicidad que creía perdida. En una de sus incursiones se paró al lado de un contenedor de basura; husmeó a su alrededor y vino hasta donde yo estaba emitiendo fuertes ladridos. Algo pasaba. Me acerqué con ella al container y una vez allí creí oír un gemido que salía del interior. Decidida a descubrir qué pasaba dentro, levanté la tapa del receptáculo. Encima de un montón de basuras, cartulinas con dibujos, tiras azules de papel charol, serpentinas y guirnaldas aparecía la silueta de un enorme pez, hecho de plásticos y espumas, intentando moverse entre aquel mar de papeles.

— ¡Ayuda, por favor! — dijo una voz infantil que surgía de las profundidades del falso pez.

Apenas si pude ver, entre las escamas del disfraz, unos ojitos rojos por el llanto que demandaban socorro. “Tranquilo, chaval”, le dije, y con toda la fuerza de la que fui capaz cogí en mis manos al niño-pez y lo puse a flote sobre la acera. Descorrí cremalleras y desabroché botones hasta que por fin pude ver la cara asustada y el cuerpo encogido de un chico que no tendría más de 5 años.

—Pero mi niño, ¿tú que hacías ahí? — Le pregunté intrigada.

—No lo sé bien — contestó limpiándose la última lágrima que le quedaba-—Mi mamá me disfrazó de pez. La seño dijo que yo, Sergio y Marta, teníamos que hacer de “peces en el río” en la fiesta de Navidad. Como estar acostado todo el tiempo era muy aburrido, pues me quedé dormido. Y luego me desperté en ese sitio oscuro y no me podía mover.

—¿Y tu mamá y tu papá? ¿No estuvieron en la fiesta?

—No. Mi mamá tenía que irse al trabajo. Me trajo en el coche, me puso el disfraz y la seño me colocó en el río, que no era un río de verdad, que eran papeles azules.

—¡Madre mía! Seguro que te estarán buscando. Tenemos que llamar a la policía. ¿Cómo te llamas?

—Me llamo Juan. Pero yo no me he portado mal, ¿eh? Yo hice lo que me dijo mi seño.

—Claro, cariño. No tengas miedo.

Cuando la policía oyó mi relato se presentó inmediatamente a recoger a Juan. Sus padres y la maestra llevaban horas en la comisaría esperando que apareciera alguna pista para encontrar a Juan que había desaparecido del escenario sin saber cómo.

Una vez que el Comisario hizo sus pesquisas tomando declaración al niño, a la maestra y a los padres, llegó a la siguiente conclusión:

“Juan se quedó dormido interpretando su papel de pez mientras el resto del alumnado hacía la representación del Nacimiento Viviente. Cuando la obra terminó todos salieron, menos Juan, que, a pesar del ruido reinante, no se despertó. La maestra no le echó de menos porque todos los padres habían venido a recoger a sus hijos, o al menos eso pensó ella. Los padres de Juan no se pusieron de acuerdo en quién lo recogería, con lo que, uno por el otro, llegaron al colegio cuando ya estaban apagando las luces para cerrar. Mientras tanto los servicios de limpieza se dedicaron a desalojar el escenario, quitando todo el montaje del Nacimiento y tirándolo al contenedor de basuras próximo al colegio.

 Por razones que se desconocen, y que tendremos que investigar con la empresa encargada, entre esa basura arrojaron también el disfraz de pez con el niño dentro”.

Esto es lo que contó el inspector y así tuvo que ser.

Hoy, en el colegio de Juan,  hacen un homenaje a mi perrita Chispas. Gracias a ella “el pececito” está vivito y coleando entre nosotros.

María J. Llanos

 

 

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