UNA DISTOPÍA
UNA DISTOPÍA. ¿Y SI NO TUVIÉRAMOS NINGÚN AGUJERO EN NUESTRO
CUERPO?
Nos han recluido en nuestras casas. Las sirenas diarias
anuncian los peligros que nos acechan con solo cruzar el umbral que nos separa
de la calle, con solo intercambiar un saludo con el vecino de enfrente. Hay
comandos de ciudadanos voluntarios, pertrechados con trajes especiales,
repartiendo comida a domicilio. Se han suspendido todos los servicios. Los
estados han tomado las riendas para luchar contra la quinta mutación de virus y
bacterias que amenazan a toda la humanidad.
Llevo un mes encerrada entre estas cuatro paredes; he dejado de recibir imágenes a través de mis ojos. Primero una membrana gelatinosa tapó el ojo derecho, luego fue el izquierdo. Poco a poco he dejado de percibir sonidos. Me llevo las manos a mis oídos y toco una masa gelatinosa obstruyendo el orificio auditivo. Compruebo cómo se me ha desarrollado el tacto. Toco las paredes
e intento llegar a la cocina, me doy cuenta que hace ya dos días que no
he comido nada. Palpo la rugosidad de una manzana depositada en el frutero e
intento llevármela a la boca, pero mis labios están sellados; otra vez esa masa
gelatinosa está allí taponando la entrada. Quiero aspirar el olor de la comida,
percibir aquella sensación placentera que sentía cuando mi nariz pasaba cerca
del cesto de la fruta, pero no huelo nada. Palpo de nuevo la viscosidad obstruyendo
mis fosas nasales. Caigo en una profunda desesperación. Creo que estoy sentada
en el suelo porque siento el frio de las baldosas rozando mis nalgas. Creo
notar una ligera humedad entre mis piernas y pienso que mis esfínteres se han
soltado. Llevo mis manos a tocar las bragas y me topo de golpe con la
repugnante y viscosa masa. No hay ningún orificio abierto en mi cuerpo. Por un
instante pienso que estoy inmersa en una horrible pesadilla, pero no es así,
estoy viviendo una cruel realidad: una bacteria mutante se debe haber apoderado
de mi cuerpo, quizás también de los cuerpos de todos mis vecinos, de toda la
ciudad. Ahora solo puedo reptar por el húmedo pasillo convertida en un bulto
gelatinoso provisto de pies y manos y capaz de pensar.
María J. LLanos
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