LA VENGANZA ES UN PLATO QUE SE SIRVE FRÍO.
LA VENGANZA ES UN PLATO QUE SE SIRVE FRÍO
No es que yo fuera un gran ahorrador. Procuraba vivir al día
sin hacer grandes sacrificios, pero tenía la costumbre, con lo que me sobraba a
final de mes, de realizar pequeñas inversiones, cantidades de poca monta que
poco a poco y en tiempos de bonanza económica, me reportaron buenos beneficios.
Un día recibí la llamada de David, asesor financiero del banco donde
gestionaban mis ahorros. A David lo conocía desde la infancia y desde entonces
nos unía una entrañable y duradera amistad.
«Jorge, tío, —me dijo—esta es la oportunidad de tu vida, lo
que estabas esperando. El banco ha sacado un producto nuevo que vas a flipar.
Es de vértigo. Solo tienes que apostar por él, el riesgo es mínimo y como está
ahora el mercado las posibilidades de ganar dividendos son inmensas…»
Las palabras de mi amigo sonaron en mi oído como música
celestial. Por fin iba a poder doblar mis ganancias y así montarme el negocio
que siempre quise tener. Me lo jugué todo a una carta, acciones preferentes, me dijo David que se llamaban.
No habían pasado ni dos meses desde que me dejé convencer
pensando que estaba haciendo una buena inversión. Una mañana, mientras
desayunaba, los informativos de la televisión asaltaron mi tranquilidad y me
sumergieron en una terrible pesadilla: Fraude
en las Preferente.700.000 inversores engañados.
Mi primera reacción fue acercarme al banco y agarrar a mi ex
amigo por la solapa: «Tú no tienes vergüenza, —le dije — Por salvar tu puesto
de trabajo me has llevado a la ruina. ¡No quiero volver a verte nunca más!»
Y mi vida continuó envuelta en una tristeza rara, surgida
primero por la decepción que me causó mi amigo y después por la impotencia que
sentía por no poder hacer nada para recuperar el dinero perdido. Solo podía esperar.
Mientras tanto, (Dios aprieta, pero no ahoga) conseguí un ascenso en mi
trabajo. Ahora me había convertido en el jefe de personal de una empresa
puntera en estructuras informáticas. Fuera, en la sala de espera, un aspirante
a un puesto de programador, aguardaba a ser llamado para pasar la entrevista.
Levanté la persiana de mi despacho para ver al candidato y allí, ante mi
sorpresa, estaba el traidor, el causante de mi ruina, el de las Preferentes. «¡Ay
amigo—me dije — la venganza es un plato que se sirve frío!¡ Que comience la
degustación del menú, que me voy a divertir!»
María J. Llanos

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