MI PRIMERA COMUNIÓN
MI PRIMERA COMUNIÓN
Dice madre que tenemos que ir al pueblo a hablar con el
cura porque este mayo ya me toca recibir la primera
comunión y de paso hacer algo de compra. Todos los jueves
viene el señor Andrés con su furgoneta a vender productos
que necesitamos para comer. Algunos días nos sorprende
trayendo sardinas frescas que a madre le encantan. Aquí el
único pescado que comemos es el bacalao en salazón, así que
el día que hay sardinas se organiza una fiesta.
Nos vamos al pueblo con la burra. Padre la apareja y le
pone las alforjas para traernos más cosas del ultramarino.
Después de comprar nos acercamos a la iglesia a hablar
con don Fidel, el cura. Es mi madre la que se dirige a él
que anda por allí entretenido ordenando papeles en la
sacristía de la iglesia.
—¡Buenos días, don Fidel!
—Buenos días, hija. ¿Qué se te ofrece? —dice el cura.
- Pues mire, que aquí la niña ya ha cumplido los siete
años y tendrá que hacer la primera comunión.
—Claro, claro. Pero a esta niña no la he visto yo por la
catequesis.
—No, señor cura. Es que nosotros vivimos en el campo,
¿sabe usted?, y no podemos traerla.
—Pero es obligatorio que asista a la preparación. Va a
recibir a Jesús y debe conocer lo que eso va a significar
en su vida.
—Ya le digo que estamos muy lejos y tenemos muchas tareas
en el campo y no la podemos traer…
Ante aquel panorama yo ya pensé que Jesús se quedaría sin
venir a mi casa y que mi vida se quedaría sin significado,
pero a madre no la gana nadie a porfiona, así que
finalmente el cura tuvo que dar su brazo a torcer y
consentir que sea ella la que me enseñe el camino de la fe. Claro que madre le dijo una mentirijilla a don Fidel porque
ni tenemos catecismo en casa ni ella me va a enseñar más de
lo que yo ya sé: el padrenuestro, la salve y el credo.
Todas las niñas y niños de Vegas del Árrago, y de los
campos adyacentes, haremos la comunión el día trece de mayo
y un día antes nos tendrán que llevar a la iglesia para que
el señor cura nos confiese.
Mi madre se afanó en hacerme un bonito vestido de
comunión con una tela de piqué blanco que compró. Como
entendía un poco de costura también le hizo el vestido a mi
amiga Isabel, la hija de la Tía Tino.
Dos días antes de tan señalada fecha cogimos la burra
otra vez y nos fuimos por todo el día al pueblo con el fin
de ir a hacernos la permanente en la peluquería. Mi tía
Sofía me había regalado el velo y la diadema, pero como yo
tenía el pelo muy liso no se sujetaba a la cabeza, así que
mi madre, que tenía soluciones para todo, lo tuvo claro:
—¡Hay que hacerte una permanente!
Y dicho y hecho. Allí nos plantamos las dos en casa de la
peluquera. Primero me puso a mí los bigudíes y me untó el
pelo con un líquido que olía fatal y luego hizo lo mismo
con la cabeza de mi madre. Nos fuimos de visita por el
pueblo con el gorro y los rulos puestos y a eso de las
cinco ya estaba el trabajo hecho.
¡Madre mía, qué pelo me
quedó! ¡Todo encaracolado! Entre lo negrina que estaba y el
rizo parecía una hucha de esas con las que se pide el día
del DOMUND.
Mi vecino José Luis, cuando me vio llegar, se puso a
cantar aquello de:
«Yo soy aquel negrito / del África tropical…»
Me dio tanta rabia que se metiera conmigo, que se la
guardé ¡Ya tendría ocasión de devolvérsela!
Hoy mis padres van a tirar la casa por la ventana. No
todos los días hace una hija la primera comunión. Tenemos
la casa llena de invitados: han venido mis primos de
Madrid, mis tías de la Rivera y mi madrina de Balimer.
Padre ha matado dos de los mejores pollos y madre los ha
guisado en pepitoria y también ha cocinado peces con
patatas en escabeche y natillas con piropitos. Todos me han
traído regalos: cajas de lápices de colores, un misal, una
muñeca articulada con la cara de porcelana, unos
pendientes… Y mi hermana Adela ha escrito a la radio para
que hoy digan mi nombre en los discos dedicados.
Yo me
siento feliz y hambrienta pues ayer, después de confesarme,
me dijo el señor cura que tenía que estar tres horas sin
comer antes de recibir el Sagrado Sacramento.
Madre me viste con esmero y hasta estoy guapa con mi
flamante vestido de piqué. Todo está preparado y salimos en
comitiva andando para el pueblo. Yo hago esfuerzos para que
el vestido no se me manche con el polvo del camino. El
cielo está nublado y hace un bochorno impresionante. Me
temo que dentro de poco me pondré a sudar. Nos sorprende un
primer relámpago, con su trueno correspondiente, cuando
falta menos de un kilómetro para llegar al pueblo;
apretamos el paso temiendo lo peor… Y lo peor sucede. Una
tremenda tormenta descarga sobre nuestras cabezas y sobre
mi vestido. Aunque madre me protege lo que puede con su
paraguas familiar, modelo portugués, no podemos evitar que
los bajos del vestido, los calcetines y los zapatos blancos
se embadurnen con el barro formado. De esta guisa debo
entrar en la iglesia pues la misa está a punto de empezar.
Adela y mi madrina me atusan el pelo y me colocan bien el
velo y la diadema que llegan daleados.
Ya están todos preparados para la ceremonia y las niñas
del pueblo y mi vecina Isabel, que salió antes que yo,
están allí sentadas tan guapas, tan limpias y tan blancas, mientras que yo tengo que hacer la entrada por el pasillo
central de la iglesia ante las miradas curiosas y las
risitas de los niños al verme aparecer. Me siento tonta,
ridícula y me entran ganas de echar a correr y no parar
hasta llegar a mi casa. Y me entran ganas de decirle a
Jesús que hoy no le puedo recibir porque he pecado mucho de
odio hacia esas gentes que mueven sus labios y cuchichean,
pero me aguanto; levanto la cabeza, miro a mi alrededor, me
voy al sitio asignado y ensayo una estúpida y fingida
sonrisa que dedico a toda la bancada de niñas blancas y
niños marineritos.
FRAGMENTO DEL LIBRO "CUATRO MUJERES" DE
MARÍA J. LLANOS
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