CAROLINA "LA CHISPA"

 


Relato hecho como ejercicio de escritura para unir dos titulares, elegidos al azar, en la prensa de cualquier día.

 

TITULARES: «La cantante flamenca Carolina “la Chispa” pregonará el carnaval»

«El defensor del pueblo acusa a Marlaska de deportaciones masivas e ilegales                 en Melilla»

   CAROLINA “LA CHISPA”

Carolina había fijado su residencia temporal en la villa de Melilla. Allí ejercía su profesión como cantante en uno de los pocos tablaos flamencos que subsistían en la ciudad amurallada. De carácter alegre y dicharachero, se granjeaba las simpatías de los clientes que acudían al local, más que por la afición al cante flamenco, por admirar la belleza y la frescura irradiada por aquel torbellino de voz que, al compás de palmas y guitarras, desgranaba ayes y sentires muy hondos. Se había ganado, merecidamente, el sobrenombre de “La Chispa” y ella lo utilizaba con orgullo desde que allá en su Mérida natal recibió su bautizo profesional.

 En sus días de descanso solía coger su coche  para ir a visitar la localidad vecina de Nador, en territorio marroquí. Le gustaba darse un paseo por sus calles recoletas llenas de pequeñas tiendas y practicar el arte del regateo con comerciantes deseosos de colocar sus exóticas mercancías. En algunas bocacalles del gran zoco aparecían otros vendedores ambulantes, manteros venidos de territorios subsaharianos, que pululaban de acá para allá siempre listos a salir en estampida cuando veían aparecer a las patrullas policiales. Carolina solía pararse a dialogar con uno de estos manteros, de nombre Abdul, que ofrecía en su pequeño fardo una amplia gama de abalorios africanos a los que la cantante era aficionada. Abdul era un buen artesano y no se conformaba solo con la venta de objetos traídos de su Senegal natal, sino que creaba por encargo las más bellas piezas tanto en madera como utilizando conchas marinas y cuentas de diversos colores. Así” la chispa” fue haciéndose de un precioso attrezzo que lucía en sus actuaciones: pulseras, pasadores para el pelo, peinetas floreadas, pendientes con símbolos étnicos…

 En uno de estos días Carolina aparcó su coche cerca del puerto de Nador y fue directa a encontrarse con Abdul. Le había hecho el encargo de unas castañuelas y quería recogerlas. Por más que recorrió aquellos vericuetos y laberintos de calles no consiguió ver al senegalés. Alguien le dijo que no sabían nada de él desde que en compañía de otros vendedores habían salido para Melilla a intentar saltar la valla. Cuando Carolina regresó a su casa una honda pesadumbre le encogió el corazón: la televisión española emitía imágenes espeluznantes de hombres aplastados contra el suelo, víctimas, en muchos casos, de la actuación policial al repeler el dramático salto. De entre aquellos rostros anónimos Carolina creyó reconocer la cara ensangrentada y desencajada de Abdul.

Días después el Defensor del Pueblo iniciaba una investigación sobre la tragedia registrada en la valla de Melilla poniendo en entredicho la versión del Ministro del interior español.

 

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