ENCUENTRO

 




ENCUENTRO

  Hacía tiempo que Pilar, mi antigua jefa, me había invitado a hacerle una visita al pueblo donde residía en verano. Atendiendo a su deseo, no me hice más de rogar y un día soleado del mes de junio le anuncié mi visita. Pilar era una de esas mujeres que tuvo que pelearse la vida después de un divorcio complicado, aunque tuvo siempre la cobertura económica asegurada para sacar a sus hijos adelante. Pertenecía a una familia de abolengo que incrementó su patrimonio dedicándose al estraperlo en tierras fronterizas con Portugal. Era hija única y como tal, a la muerte de sus padres, recibió un legado cultural y económico que supo administrar y conservar. Estaba muy orgullosa de la herencia recibida y sobretodo de la posesión más valiosa para ella: la casa familiar. Después de su jubilación se dedicó en cuerpo y alma a poner en pie aquel edificio de tres plantas y un sótano con bodega, cuya fachada de estilo modernista se exhibía en la intercesión de dos calles mostrando en las filigranas de sus balcones y rejas y en el artesonado de sus puertas de madera la solera de sus antiguos moradores.

 Nada más atravesar el patio de entrada me vi sorprendida por la belleza y el orden que allí se respiraba. Todos los elementos decorativos estaban perfectamente definidos en espacios que daban su lugar al lucimiento de los objetos que Pilar había ido desempolvando del olvido para exponerlos a la vista de los visitantes. En un abrir y cerrar de ojos me pareció que había retrocedido un siglo, no solo por la visión interior de la vivienda si no por el cuadro que me esperaba en uno de los patios interiores. A la sombra de una higuera un grupo de mujeres sentadas en torno a una mesa vestida con un mantel de exquisitos bordados, se disponían a tomar un té con pastas servido en tacitas de cerámica inglesa de exuberante y colorido decorado.  La anfitriona me ofreció una silla y me presentó al grupo: solían reunirse todos los jueves para tomar el té, echar una partida de cartas y romper el aburrimiento de la vida pueblerina hablando de lo divino y de lo humano. Una vez roto el hielo, me integré en las conversaciones que allí se mantenían. Pilar intervino preguntando a la mujer que parecía la más joven, y que respondía al nombre de Ana, si ya se iba encontrando mejor. La mujer bajó los ojos y entrecruzó sus manos dando un profundo suspiro para luego decir con un hilo de voz que apenas le salía del cuerpo, que le estaba costando mucho remontar, que no encontraba consuelo en nada. Para ponerme en antecedentes, mi antigua jefa, apoyó su mano sobre mi brazo y me dijo que Ana estaba pasando por un luto horrible pues su madre había muerto trágicamente hacía ya casi un año. «Seguro que lo viste por la televisión, salió en todos los medios— me dijo— Fue un crimen ocurrido en una casa de campo en la provincia de Jaén: una mujer de ochenta años fue asesinada a martillazos por su pareja que horas después se suicidó. Pues Ana —dijo señalando con su dedo índice a su amiga — es la hija de la asesinada» Yo manifesté mi perplejidad mirando con ojos compasivos a aquella mujer menuda de gesto lánguido y ella me correspondió iniciando un relato que me puso los pelos de punta:

«Mi madre no tenía ninguna necesidad de haberse casado con aquel hombre. Ella era viuda y tenía una buena paguita, pero él la engatusó ofreciéndola una vida de película en un cortijo de su propiedad. Estuvieron veinte años viviendo juntos, él pasó a ser uno más de la familia a pesar de su carácter huraño y taciturno. Tanto mis hermanos como yo le acogimos bien, nos daba pena, estaba muy solo pues no tenía relación con los dos hijos habidos de un matrimonio anterior con los que nunca se entendió. Era muy tacaño y desconfiado y más de una vez esta forma de ser generaba conflictos en la relación con mi madre, pero ella siempre callaba y sufría quitándole importancia a los cambios de humor que experimentaba siempre que se le llevaba la contraria.   El día de los hechos, según pudimos leer en el sumario después de la investigación policial y la intervención del juez, mi madre había hecho una paella para la comida del mediodía. Cuando ya la tuvo lista llamó a su marido para que dejara la faena del campo y viniera a comer. Mientras tanto, parece que mi madre se sintió cansada y fue a recostarse un rato en la cama. No se sabe cuál fue el motivo por el que el hombre entró en la habitación armado con un martillo y la emprendió a martillazos con ella. Los primeros golpes, según la autopsia, fueron en los brazos, pues mi madre haría el gesto de taparse la cabeza con ellos, y el último golpe mortal fue en la frente y luego, después de muerta, la remató con otro martillazo en la nuca. Soltó el martillo ensangrentado al lado de la cama y se encaminó a la cocina donde se comió tranquilamente un plato de paella y se bebió un vaso de vino. Media hora después se dirigió al cobertizo, se subió en una banqueta y se ahorcó con una cuerda que sujetó en una de las vigas.

 Los cadáveres no fueron descubiertos hasta dos días después. Fue su hijo mayor, que no sabemos por qué motivo pasó a ver al padre, el que se encontró con aquel panorama.

Así que ¿cómo queréis que esté? La imagen de mi madre allí, tendida en la cama, ensangrentada, no se me va de la cabeza y me vuelvo loca de pensar en el sufrimiento y la agonía que tendría…»

 Terminado el relato, se produjo un silencio sepulcral solo interrumpido por el tintineo de las cucharillas moviendo el azúcar en una segunda taza de té que todas nos servimos. Ana quedó ensimismada mirando las yemas de sus dedos mientras Pilar salió en su ayuda ofreciéndole la calidez amistosa de su mano. Estrechó las manos de Ana entre las suyas y mirando al resto de las que estábamos allí sentadas, nos habló, queriendo cambiar de tema, de una visita que había recibido el día anterior; un coleccionista de libros antiguos vino a ofrecerla un buen dinero por llevarse lo que para ella era la joya de la corona de su biblioteca: cuatro volúmenes publicados por Espasa Calpe en 1927 pertenecientes a la obra de José Bello titulada “Viaje por las escuelas de España”. Esta noticia alejó de mi pensamiento la macabra historia que acababa de oír y nos mantuvo entretenidas hasta que llegó la hora de abandonar la casa.

María J. Llanos.

 

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