EL SALTO DE LA DISCORDIA.
EL SALTO DE LA DISCORDIA.
Al terminar la clase
del jueves, la señorita Ignacia lo dijo alto y claro: “Mañana viene el
fotógrafo así que le decís a vuestras madres que os traigan limpias y bien
peinadas”. María tomó nota del recado y en cuanto llegó a su casa transmitió a
su madre el mensaje.
Ya en la mañana, la
madre de María sacó del baúl una remuda limpia y descolgó de la percha el babi
recién planchado. Luego se esmeró en dibujar en la cabeza de su hija una línea
recta que separaba el cabello en dos partes iguales. La raya desaparecía para
dar cabida a un flequillo que tuvo que atusar para que no quedara ni un solo
pelo descolocado en la frente de la pequeña. Para dar más durabilidad al
peinado, la madre preparó una mezcla de agua y azúcar, mojó el peine y repasó
concienzudamente el trabajo realizado. Cuando María salía ya por la puerta,
para dirigirse a la escuela, oyó la voz autoritaria de la madre. “En cuanto
salgas te vienes volando para casa. No des lugar a que tengan que ir a buscarte
tus hermanos…” Y aunque la niña ya no podía escuchar la voz materna, intuyó una
retahíla de consejos y reproches que pronto quedarían en el olvido.
El timbre que anunciaba el final de la jornada,
irrumpió sonoro en la entretenida clase de costura que doña Ignacia impartía
armada de ánimo y pasión por las puntadas. María metió en el pequeño costurero
su pañito de labores primorosamente bordadas y lo guardó en su cartera junto al
cuaderno de cálculo y el plumier. Un último padrenuestro y ya estaban su amiga
Isabel y ella dispuestas a salir alborozadas a la libertad de la calle, del
campo, del sol. Siempre que terminaban la escuela se quedaban un rato en la
plaza intercambiando cromos y calcomanías. Hoy María no tenía ningún cromo
repetido para cambiar así que pasó directamente a unirse a un corro de niñas
que se entretenían jugando a la goma. Cuando le tocó a ella ejecutar el salto
vio como la estúpida de Maricarmen
levantaba bruscamente la goma subiéndola hasta su cintura. María no pudo salvar
la altura y en su movimiento por controlar la situación perdió pie y dio de
bruces con su cara en el asfalto. Viéndose
dolorida y agredida por la trampa de su compañera, se levantó como una exhalación
y fue directa a tirarle de las trenzas a la
estúpida de Maricarmen. Se entabló entre ellas una batalla de gritos,
mordiscos y agarrones de pelo que terminó con las dos rivales convertidas en
gallos de pelea desplumados y maltrechos: el bolsillo del babi arrancado a jirones, la nariz y las rodillas sangrando, el cabello alborotado, la raya
desaparecida y el flequillo inhiesto apuntando al cielo. De esta guisa se
presentó María ante su madre. De nada le valieron las excusas y las
explicaciones que la niña pretendía dar. No le quedó otra que enfrentarse a la
zapatilla que blandía enojada su madre.
María J. Llanos.
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