SORPRESA JUNTO AL SURTIDOR

 


 SORPRESA JUNTO AL SURTIDOR.

 

 Acababan de dar las siete de la mañana cuando la alarma del radio reloj rompió el silencio de la madrugada. Un locutor trasnochado vomitaba noticias mientras yo empezaba el perezoso ritual del estiramiento matutino antes de abandonar el confort de la cama. Al poner los pies en el suelo me topé con una alfombra de pelos mullidos.  Instintivamente subí las piernas y me quedé allí clavada, aturdida, sintiéndome observada por los lánguidos ojos de un perro postrado a mis pies. De pronto, se sucedieron en mi cabeza las imágenes de la noche anterior: ahora veía claramente la gasolinera donde paré a repostar en la vuelta de mi largo viaje; veía un cachorrillo apostado junto al surtidor; veía mi mano acariciando el escalofrío, el temblor y el miedo de aquel animal que emitía gemidos mientras echaba hacia atrás las orejas y clavaba sus ojos llorosos e implorantes en mí. Sé que miré en todas las direcciones esperando encontrarme con alguien a quien poder preguntar. Pero la estación de autoservicio estaba vacía. Solos el perro y yo permanecíamos en ese lugar enfrentados a la negritud de una noche cerrada. No fui capaz de arrancar mi coche y dejarlo allí abandonado…

María J. Llanos.

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