JEZABEL


JEZABEL


En aquellos tiempos en que las tinieblas se habían instalado en la vida de una humanidad amenazada por el odio, la ambición, las desigualdades, la enfermedad y la muerte, Aine, diosa celta del amor, de la tierra y la naturaleza, hizo traer a su presencia a la maga Jezabel. Cuando la tuvo delante le encomendó una importante misión: extender por la tierra un sortilegio que llevara la esperanza a los corazones en los días aciagos, una magia que fuera un bálsamo de luz en mitad de la oscuridad.
Jezabel no obedeció a la primera. Se negaba a ser la maga buena de aquella historia. Ella se consideraba la reina de la magia negra, de la perversidad. Nunca podría dar aquello que no poseía. Pero Aine no se confundía en su elección y así se lo hizo saber: “Tu maldad y tus hechizos maléficos te hacen temible. Siembras el miedo por donde quiera que pasas; ante ti se doblegan los poderosos, te venden su alma solo con que les prometas vivir el encantamiento de una vida dichosa y eterna… ¿Qué mejor emisaria podría tener yo? Tus malas artes serán la carta de presentación para introducirte en la vida de los que tienen en sus manos el poder de cambiar los destinos del mundo”- le dijo.
Jezabel tuvo que tragarse su orgullo de bruja mala y obedecer a la diosa. Y cumpliendo esta misión nos la encontramos una noche de San Juan ejerciendo de maestra de ceremonia en una selecta fiesta. Los invitados eran altos ejecutivos, primeros ministros, reyes de países dominantes… La maga, usando su poderosa influencia, había trazado un plan perfecto.
 Adornada con sus mejores galas exhibió sus innumerables encantos a un público ansioso de lujuriosas experiencias. Ante la llama viva de un pebetero gigante inició la ceremonia de los deseos. Cada participante debía escribir en un papel una lista de tres cosas que no desearían perder en el solsticio de verano que empezaba. Mientras los asistentes se afanaban en pensar qué era aquello tan preciado de lo que no querían prescindir, Jezabel comenzó el ritual ofreciéndole a la diosa Aine los efluvios de la ardiente queimada que se disponía a elaborar. Usando la lengua gaélica recitó con convicción los versos ancestrales de los conjuros que dicen las brujas la noche más larga del año, al mismo tiempo que removía con parsimonia el líquido embriagador:

“… Con este fol levantarei as chamas deste lume que asemella ao do Inferno,

e fuxirán as bruxas a cabalo das súas vasoiras,
índose bañar na praia das areas gordas.
¡Oíde, oíde! os ruxidos que dan as que non poden deixar de queimarse no augardente quedando así purificadas


Terminada su extensa letanía invitó a cada uno de los allí presentes a beber el agua de vida y a quemar los papeles escritos en el fuego del pebetero.
 Arropada por la oscuridad de la noche, y cuando nadie la observaba, se llevó la mano a su pecho y sacó una bolsita de cuyo interior extrajo un frasco que contenía un extraño brebaje. Primero bebió de él y luego, pronunciando palabras apenas inteligibles, vertió el líquido mágico en el pebetero donde se quemaban todavía los deseos.

Forzas do ar, terra, mar e lume, a vós fago esta chamada:
se é verdade que tendes máis poder que a humana xente,

eiquí e agora, facede que se revertan os desexos desta xente,
Que onde hai egoísmo aparece xenerosidade,
Que a paz renace sempre que haxa desexo de guerra ...
Que a humildade creza alá onde haxa desexo de poder ...”

Así fue como Jezabel cumplió la misión encomendada.En un abrir y cerrar de ojos había cambiado el rumbo del universo solo con invertir los deseos de la concurrencia. Cuando la diosa Aine le dio su aprobación por el acto de bondad realizado, se despojó de todo aquello que la había quedado como practicante de la buena magia y regresó a su estado natural. Volvía a ser la malvada bruja de las frías tinieblas, de los maléficos encantamientos y de las pócimas emponzoñadas. Una diabólica carcajada resonó en la noche cuando la vieja hechicera abandonó el reino de Aine.

María J. Llanos








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