LA ESPERA.
LA ESPERA
Acaban de dar las cinco de la tarde en el reloj de la torre
de la iglesia cercana. Una calma de siesta y chicharra inunda la calle
desértica. Sólo un Ford Focus rojo permanece allí anclado, mordiendo levemente
la acera. Dentro del coche una joven embutida en un atuendo veraniego, gafas de
sol vintage y pañuelo multicolor sujetando los rizos de su pelo negro, golpea
con pequeños toques nerviosos el volante del utilitario. No para de ojear con
ansiedad su reloj de pulsera mientras mira hacia el balcón de la fachada
marcada con el número 5.
Detrás de los visillos de aquel balcón, otra mujer contempla
la escena fumando nerviosamente un cigarrillo. A su lado una maleta cerrada
permanece a la espera.
La mujer que mira a través de los visillos esboza una leve
sonrisa mientras repite con decisión: “¡Será ahora, o nunca!”. Gira sobre sus
talones, agarra con mano firme su ligero equipaje, y se dirige hacia la salida
decidida a decir adiós a aquellas cuatro paredes. Abre su bolso y extrae un
sobre que deposita sobre la mesita del recibidor. Después introduce la llave en
la cerradura y cierra la puerta que nunca más quiere volver a atravesar.
Cuando en el reloj de la torre de la iglesia dan las cinco y
media, el Ford Focus rojo rompe el silencio de la tarde y se aleja calle arriba
dejando tras de sí un reguero de miradas indiscretas.
María J. Llanos

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